Cualquier experiencia traumática para nosotrxs, desde el mismo momento que ocurre, nos regala el derecho a sentirnos destruidxs, dañadxs, enfadadxs…
Mirar hacia delante como si eso no hubiera ocurrido, o enterrarlo para que quede oculto y el tiempo nos haga olvidar, dejará una cicatriz mal curada o abierta que pasará factura en el presente.
Por otro lado, seguir aceptando ser víctima en tu vida te lleva a no poder aceptar el pasado. La no aceptación te llevará a la resignación y esta al inmovilismo: tristeza, apatía, abatimiento, … y “comodidad”, pues aunque sean emociones desagradables, con el tiempo, podemos llegar a sentirlas nuestra zona de confort. Nos proporcionan de hecho otras muchas cosas: cuidados, atenciones, reconocimiento, escucha, compasión, … acciones todas en las que nosotrxs no somos el sujeto sino el objeto pasivo que recibe la acción de otros.
Toma las riendas de tu vida
Ser víctima te acomoda en el estatismo, en la queja, en la ira, en la depresión, en la ansiedad. Tienes mil argumentos que lo justifican, hechos concretos que validan tu sentir. Puedes señalar a un lado y a otro al culpable o los culpables de tu sufrimiento pero…¿Y ahora qué? ¿Quién es quien sufre? Puede que los demás sean responsables de tu dolor pero tú eres el único responsable de tu vida.
Desapégate del dolor, plántale cara
Es importante que te dejes guiar por unx profesional para poder curar esa herida y así poder reconectarte y conectar con tu presente. El camino de tu recuperación y equilibrio emocional, pasa por desapegarte del dolor, del sufrimiento, quitarte la etiqueta de víctima, pues lo único que consigue es hacerte sentir pequeñx. Hacer resonar en tu cabeza una y otra vez el eco de tu radio emocional no hace más que revivir aquella experiencia traumática. ¿Para qué revivirla? ¡Remátala! Acaba con ella, afróntala.
Vive en el presente, es lo único que está ocurriendo en este mismo instante.